miércoles, 27 de abril de 2011

Masturbación de Letras Vecinas

La cajetilla de cigarro estaba vacía, el suelo erosionado estaba bañado de cenizas muertas. La soledad de su literatura atemorizaba las horas que había empleado en escribir el cuento que participaría en el concurso de la CEPROCUT.

¿Por dónde empezar?, ciudades míticas, muertes, amores, culturas olvidadas. El sonido de las teclas resonaban por toda la habitación. Llevaba dos semanas tratando de escribir algo que causara sorpresa en el jurado, pero solo ideas fantasmales merodeaban los vértices de la hoja. Cuatro horas diarias en vano; podría estar fácilmente ebrio, drogado o dormido, ¡pero no!, el sueño de ser escritor aún permanecía allí, quietecito como un animal inofensivo entre dos fauces gigantes.
La hoja permanecía pura y desnuda, sin una mancha de tinta. Tal vez era mejor dejarlo así y largarse de una buena vez a dormir, todo el tiempo empleado sólo había incrementado el temor de escribir. ¿Pero cómo se podría tener miedo a un anhelo? Un escritor vive con el temor de perderse entre sus historias, eso lo atemorizaba.

Reflexiones transitaban por el límite entre la razón y la locura, tan sólo habría que cruzarlo y punto, se acabaría toda esta desdicha. No era una idea absurda el terminar en un manicomio, también era respetable la idea de fallecer entre sus propias manos, que vergüenza sería morir en manos de otros.


Dejó de presionar el teclado sin una dirección prevista, y caminó hacía el baño. Cerró lentamente la puerta y prendió el foco. Se sentó al costado del inodoro y desabrochó el pantalón azul que apretaba sus flácidos muslos. No llevaba ropa interior, acarició sus piernas delgadas y empezó a recorrer los vellos que llevaban a la satisfacción de sus deseos biológicos. La yema de sus dedos ardían como hogueras en un campo abierto, el ir y venir de su mecánico movimiento abrían espacios a la incertidumbre de su cuento.


Un rio blanquecino subía y bajaba rápidamente, el estallido de sus gemidos sonaban más fuertes que el sonido del teclado. Natalia seguía allí, testigo de una devoción pecadora que se dirigía hacia la salvación. Las nocturnas voces debajo de la frezada, el sentir de dos pieles melosas, la transpiración que olía a amor. El río blanqueció desembocó en el mar de los lamentos.


Terminó de sacarse la ropa y empezó a bañarse con gotas nostálgicas de lluvia , sintiéndose culpable por la falta de inspiración que no le dejaba terminar ni empezar la historia de su cuento.


Salió de la ducha y sin secar cada rincón de su piel con la toalla rosada, se vistió apresuradamente y salió hacia su habitación para iniciar el cuento de una vez por todas. Prendió la radio y escuchó parte de una canción que decía: El mundo no entiende de amores, el mundo no entiende de nada, el mundo es un pobre poema que sólo recita al alma.


Observó la hoja en blanco y el pánico desapareció como hojas de otoño. Se sentó con firmeza y empezó el cuento: Los rayos del sol entraban por la rendija de una puerta mal clavada, cayendo como hilos de oro sobre una vieja biblia colocada en la mesita de noche …..
 

Joe Guzmán ...

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