lunes, 26 de julio de 2010

Tierna Locura

Prendió un cigarrillo, respiró profundamente y empezó a fumar la soledad con una ternura endemoniada, con miles de recuerdos que nadaban en su turbada mente.
Era una de las tantas madrugadas en la que sus ojos no conciliaban el sueño, en la que su corazón vagabundeaba en el abismo de los sentimientos perdidos, después se desasía de sus prendas hasta quedar plenamente desnudo, abría la ventana de su cuarto, buscaba la luna para contemplarla y así poder embriagarse con su seducción (creía que la luna poseía poderes mágicos), entraba en la ducha y se restregaba el cuerpo con chorros de agua que se desplomaban por toda su piel, salía y se colocaba delante del espejo, miraba cada parte de todo su ser fijamente, sentía odio por su apariencia y personalidad, por ser solitario y meditabundo, por no tener las mismas emociones que las demás personas, por no andar robando sonrisas por allí y por no tener la facilidad de que se le escape una carcajada que resonara en la bóveda celeste.

Entonces echado ya en su cama, ansiaba poder cerrar los ojos con placer, poder dormir por varios días, meses o quizás años; despertar errático e ingrávido por los cielos, siendo llevado por la ira del viento y con estruendos oyendo a hermosas canciones; ser guiado por ángeles al itinerario del más allá, donde exista el cielo y el infierno, a un lugar donde dios y el diablo caminen abrazados por las calles deambulando ebrios después de beber el elixir de la vida eterna, a un más allá donde pueda descansar sin rastros de insomnio, donde se pueda obtener un te quiero y un abrazo sin tener que pagar el precio de una moneda.
Súbitamente anheló ser un genio, se sintió un infausto literato travestido en un escritor fantástico, creador de bellos poemas y novelas, tomó una hoja en blanco y con lápiz en mano empezó a desangrarse en ella, escribiendo poemas, buscando su redención sobre la sombra vil que lo perseguía con un frenesí impetuoso.

Un escalofrío sucumbió en él, haciendo temblar todo su cuerpo; percibió más que nunca que lo que deseó soñar no fueron sueños, sino alucinaciones de un timorato que se oculta en una cueva afuera de la ciudad, alejado de los edificios y las maquinas. De pronto un tenue recuerdo de su madre se apoderó de su pensamiento y sus miedos, quiso acurrucarse bajo los brazos de ella, besarla hasta que sequen sus labios, contemplarla hasta segar, y abrazarla hasta que sus extremidades no perduren más... pero el recuerdo de su madre se ahuyentó, se marchó por el soplo del viento que ingresó por la ventana abierta de su cuarto.

Sintió terror, un temor que transitaba por su meticuloso espíritu, sintió miedo de que al despertar vea sus poemas y diga: ¡qué mierda he escrito! coger las hojas y botarlas a la calle irónicamente escuchando burlas, sintió miedo de encontrar un punzocortante e introducirlo por sus venas y morir desangrado perpetuamente, miedo de despertar y encontrarse en un manicomio con los brazos envueltos y la boca tapada, miedo de presenciar su propio entierro, viendo a su madre llorando a mares y ahogándose en dolor sin que él pueda consolarla, miedo de ver su tumba sin un ramo de flores, miedo de que la ira de dios cayera intensamente sobre él y sea condenado a las penas eternas, miedo de no poder sonreír, besar y hacer el amor una vez más, miedo de vivir tantos años sin encontrar la felicidad y sin tener la valentía de suicidarse incruentamente...

Son miedos que se penetran en las fantasías de alguien solitario, que camina por las calles oscuras de la ciudad besando una colilla de cigarro, mientras va escuchando las maldiciones DEL MAS ALLÁ y siente que la soledad es un monstruo que causa espasmos convirtiéndose en eternidad.

Por: Joe Guzmán

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